La solidaridad es la mejor arma para combatir la necesidad. Y en Imacita lo saben bien. Por eso cuando hace algunas semanas, desorientada, sin dinero y embarazada de más de siete meses, Sheila llegó a este centro poblado junto al río Marañón, ninguno de los mestizos de la zona dudó en ayudar a esta mujer awajún que sin nada más que lo puesto, y a través de gestos con las manos, indicaba que llevaba días sin comer.
A través de su particular idioma –Sheila es muda y no sabe leer ni escribir– descubrieron que venía de Santa María de Nieva (a cinco horas de la subestación Nº 6 de Petroperú), que ya tenía tres hijos y que el padre del niño que venía en camino era un oficial del ejército al que apodaban "El Gringo". Su nombre lo supieron por unas cartas que siempre lleva con ella.
Sheila pronto se integró a la comunidad. Tanto, que en su desvencijado cuarto en la terminal de autos guardó, durante los casi quince días que duró la protesta en la selva contra los decretos 1015 y 1073, todos los víveres que alimentaron a los miles de indígenas que llegaron a la zona.
Como las demás mujeres del lugar, ella trabajó de sol a sol. Y a la semana de iniciada la medida de fuerza, casi entre fogones, Sheila dio a luz una niña que hoy se alimenta gracias a la ayuda de todos. Hay poco dinero en el pueblo, pero eso es lo de menos. Ella cocinó para cientos, y ahora son ellos los que le ayudan con ropa, comida y techo.
La historia de esta nativa no es única en Amazonas, departamento donde, según datos del Inei, el 55% de la población vive en la pobreza. Y eso que esta se ha reducido en el último año y en todo el Perú en casi cinco puntos, según dicho estudio.
El último censo nacional de población tampoco arroja datos mejores. Este habla de un 47.5% de la población que solo tiene estudios primarios, un 51.1% de viviendas que no tienen alumbrado proveniente de la red pública, y sitúa a Amazonas como la región –detrás de Huancavelica y Madre de Dios– con menos teléfonos fijos y celulares por vivienda del país.
En la provincia de Imaza saben bien qué significa eso. La escasez de teléfonos públicos hace que la mejor forma de comunicación siga siendo la tradicional radio. La única oferta laboral para una gran mayoría de la población en edad de trabajar que solo tiene estudios primarios son las chacras. Y la única salida para lo que en ellas se cultiva son los mercados semanales, desde los cuales sus productos solo llegarán a Bagua, pues Chiclayo y Lima son opciones demasiado lejanas por el mal estado de las vías y el elevado costo del combustible.
Por eso, en la zona, el programa contra la pobreza que mejor funciona no es del gobierno, y se llama solidaridad. Sin ella, y la ayuda de la población mestiza de la que muchas veces desconfían, la protesta de los indígenas no hubiera tenido tanta fuerza.
Ollas comunes y ayuda mutua
La comida que mantuvo en pie a los nativos provino de ollas comunes de mujeres de la zona, con alimentos donados por comerciantes locales, pequeños propietarios e incluso religiosas, de la provincia. Los numerosos camiones que transportaron a los awajún-wampí fueron igualmente cedidos por madereros y empresarios que llevan mercancías desde Bagua. Además, los vecinos cedieron sus locales (tiendas y hostales) para que los indígenas tuvieran dónde dormir.
Ayer, en el puerto de Imacita, decenas de indígenas aún partían en embarcaciones que les llevarán a sus domicilios, aún a varios días a pie de distancia. A este lado del Marañón, como nunca, los despedían los mestizos que les apoyaron siempre en una lucha aún sin punto final.
A través de su particular idioma –Sheila es muda y no sabe leer ni escribir– descubrieron que venía de Santa María de Nieva (a cinco horas de la subestación Nº 6 de Petroperú), que ya tenía tres hijos y que el padre del niño que venía en camino era un oficial del ejército al que apodaban "El Gringo". Su nombre lo supieron por unas cartas que siempre lleva con ella.
Sheila pronto se integró a la comunidad. Tanto, que en su desvencijado cuarto en la terminal de autos guardó, durante los casi quince días que duró la protesta en la selva contra los decretos 1015 y 1073, todos los víveres que alimentaron a los miles de indígenas que llegaron a la zona.
Como las demás mujeres del lugar, ella trabajó de sol a sol. Y a la semana de iniciada la medida de fuerza, casi entre fogones, Sheila dio a luz una niña que hoy se alimenta gracias a la ayuda de todos. Hay poco dinero en el pueblo, pero eso es lo de menos. Ella cocinó para cientos, y ahora son ellos los que le ayudan con ropa, comida y techo.
La historia de esta nativa no es única en Amazonas, departamento donde, según datos del Inei, el 55% de la población vive en la pobreza. Y eso que esta se ha reducido en el último año y en todo el Perú en casi cinco puntos, según dicho estudio.
El último censo nacional de población tampoco arroja datos mejores. Este habla de un 47.5% de la población que solo tiene estudios primarios, un 51.1% de viviendas que no tienen alumbrado proveniente de la red pública, y sitúa a Amazonas como la región –detrás de Huancavelica y Madre de Dios– con menos teléfonos fijos y celulares por vivienda del país.
En la provincia de Imaza saben bien qué significa eso. La escasez de teléfonos públicos hace que la mejor forma de comunicación siga siendo la tradicional radio. La única oferta laboral para una gran mayoría de la población en edad de trabajar que solo tiene estudios primarios son las chacras. Y la única salida para lo que en ellas se cultiva son los mercados semanales, desde los cuales sus productos solo llegarán a Bagua, pues Chiclayo y Lima son opciones demasiado lejanas por el mal estado de las vías y el elevado costo del combustible.
Por eso, en la zona, el programa contra la pobreza que mejor funciona no es del gobierno, y se llama solidaridad. Sin ella, y la ayuda de la población mestiza de la que muchas veces desconfían, la protesta de los indígenas no hubiera tenido tanta fuerza.
Ollas comunes y ayuda mutua
La comida que mantuvo en pie a los nativos provino de ollas comunes de mujeres de la zona, con alimentos donados por comerciantes locales, pequeños propietarios e incluso religiosas, de la provincia. Los numerosos camiones que transportaron a los awajún-wampí fueron igualmente cedidos por madereros y empresarios que llevan mercancías desde Bagua. Además, los vecinos cedieron sus locales (tiendas y hostales) para que los indígenas tuvieran dónde dormir.
Ayer, en el puerto de Imacita, decenas de indígenas aún partían en embarcaciones que les llevarán a sus domicilios, aún a varios días a pie de distancia. A este lado del Marañón, como nunca, los despedían los mestizos que les apoyaron siempre en una lucha aún sin punto final.
La República, 25/08/2008
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