El voto parlamentario que liquida las dos leyes de comunidades es la antesala de un clima de más movilizaciones similares. ¿Qué significa esto para el futuro político? Si la escalada continúa veremos una creciente polarización, que se trasladará hasta las futuras elecciones. ¿Pero abre eso el triunfo electoral de quienes hoy protestan y sus amigos?
En todo caso no lo asegura. Hugo Chávez y Evo Morales llegaron a sus presidencias en un clima de fortísima agitación. Lula da Silva, Tabaré Vázquez y ahora último Fernando Lugo ganaron en un clima de relativa calma social. No parece haber una ley de hierro latinoamericana sobre clima social y victoria electoral.
Si hubiera que sacar una conclusión de las experiencias del siglo pasado, los electorados de países convulsionados han tendido a explorar soluciones en los extremos ("a grandes males grandes remedios") de autoritarismo de izquierda y de derecha. Cuando no lo han hecho los electores, han sido los elegidos quienes a menudo han tomado esos caminos.
Hipótesis N°1: las protestas se retroalimentan del descrédito del actual gobierno democrático, y en esa medida van a fortalecer las simpatías por candidaturas contestatarias del sistema mismo, como lo serían las de Ollanta Humala o Keiko Fujimori. En esta hipótesis izquierda y derecha quedan en igualdad de condiciones.
Hipótesis N°2: el temor a la escalada de protestas refuerza las convicciones democráticas y conservadoras de los electorados que ganaron en el 2006, y de paso produce la fuga limitada pero decisiva del radicalismo al centro. En este escenario hay un beneficio neto para candidatos como Alejandro Toledo o una Lourdes Flores recargada.
En cualquiera de estas dos hipótesis el Perú no se salva de volver a vivir sus elecciones generales como si ellas fueran una suerte de batalla final entre dos países, separados por una línea económico-cultural. Las raíces de esto estarán en la mutua y creciente satanización del gobierno y de la protesta que vivimos desde el 2006.
Hipótesis N°3: la mezcla de convulsión y polarización amplía la porción centrista del electorado, y en esa medida saca de juego a los protagonistas de los choques del quinquenio 2006-2011. La columna todavía no tiene nombres para esta opción, lo cual es sintomático en sí mismo. Quizás las regiones puedan aportar algo en este sentido.
Sin duda esta es la hora del autoritarismo en el mundo, y así como el Perú busca defenderse de los efectos de la crisis económica mundial, la ciudadanía tendría que defenderse de las tentaciones de hacer capitalismo con pocas, o incluso sin libertades para el pueblo. De mirar el panorama, ese peligro hoy puede venir por igual de la izquierda y la derecha.
En todo caso no lo asegura. Hugo Chávez y Evo Morales llegaron a sus presidencias en un clima de fortísima agitación. Lula da Silva, Tabaré Vázquez y ahora último Fernando Lugo ganaron en un clima de relativa calma social. No parece haber una ley de hierro latinoamericana sobre clima social y victoria electoral.
Si hubiera que sacar una conclusión de las experiencias del siglo pasado, los electorados de países convulsionados han tendido a explorar soluciones en los extremos ("a grandes males grandes remedios") de autoritarismo de izquierda y de derecha. Cuando no lo han hecho los electores, han sido los elegidos quienes a menudo han tomado esos caminos.
Hipótesis N°1: las protestas se retroalimentan del descrédito del actual gobierno democrático, y en esa medida van a fortalecer las simpatías por candidaturas contestatarias del sistema mismo, como lo serían las de Ollanta Humala o Keiko Fujimori. En esta hipótesis izquierda y derecha quedan en igualdad de condiciones.
Hipótesis N°2: el temor a la escalada de protestas refuerza las convicciones democráticas y conservadoras de los electorados que ganaron en el 2006, y de paso produce la fuga limitada pero decisiva del radicalismo al centro. En este escenario hay un beneficio neto para candidatos como Alejandro Toledo o una Lourdes Flores recargada.
En cualquiera de estas dos hipótesis el Perú no se salva de volver a vivir sus elecciones generales como si ellas fueran una suerte de batalla final entre dos países, separados por una línea económico-cultural. Las raíces de esto estarán en la mutua y creciente satanización del gobierno y de la protesta que vivimos desde el 2006.
Hipótesis N°3: la mezcla de convulsión y polarización amplía la porción centrista del electorado, y en esa medida saca de juego a los protagonistas de los choques del quinquenio 2006-2011. La columna todavía no tiene nombres para esta opción, lo cual es sintomático en sí mismo. Quizás las regiones puedan aportar algo en este sentido.
Sin duda esta es la hora del autoritarismo en el mundo, y así como el Perú busca defenderse de los efectos de la crisis económica mundial, la ciudadanía tendría que defenderse de las tentaciones de hacer capitalismo con pocas, o incluso sin libertades para el pueblo. De mirar el panorama, ese peligro hoy puede venir por igual de la izquierda y la derecha.
La República, 24/08/2008
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