Por qué todos los peruanos debemos desear tener una casa, un carro, un buen trabajo, estabilidad financiera, un amor para toda la vida y dos hijos que no frieguen?, ¿por qué desear la posesión individual de bienes terrenos para liberarnos de nuestros males?, ¿por qué el modelo "aspiracional" de la publicidad que va constituyendo, todos los días e incesantemente, nuestro imaginario más profundo, es que "pongamos nuestro sueldito acá"? ¿Y si mi deseo más profundo es no poseer ningún bien que me ate al mundanal ruido y no casarme nunca?, ¿soy una extraña, una rara, una loca?, ¿y qué pasa si el deseo más profundo de otra peruana es mantenerse en comunidad por encima de las aparentes bondades inmediatas de vender a buen precio la posesión de su tierra?, ¿acaso está tirándole flechas al avión del desarrollo?
"En un país heterogéneo, pero, a su vez, de profundas desigualdades, el gran reto es pensar en el desarrollo desde un horizonte inclusivo". ¿Lo ha leído Ud. antes, desocupado lector? Claro: en todos lados. Eso se viene diciendo desde todos los frentes, en coros, como si fuera un mantra que va a solucionar nuestras fracturas. Nos lo dicen las ONGs y los funcionarios públicos, los periodistas y los empresarios, los analistas educativos y los abogados. Pero "inclusión" y "desarrollo" se han convertido en significantes vacíos que se pueden llenar con el significado que nos dé la gana. "Inclusión" y "desarrollo" ya no dicen nada, se están ‘calladas’, escuchando su propia voz.
Les voy a contar la historia de la palabra "desarrollo". En el diccionario de autoridades de 1732 no existía y recién aparece en 1817 referido a la "abrirse, desplegarse o desenvolverse las semillas, hojas, plantas…" y a su vez el verbo "desarrollar", que no está comprendido dentro de la noción de "desarrollo", se refiere a "deshacer un rollo" (Diccionario Usual, 1817, pág. 293). Pero en relación con la idea que en la actualidad es el núcleo de esa palabra ("evolución progresiva de una economía hacia mejores niveles de vida") no hay ninguna referencia. En otras palabras: el sentido de desarrollo como horizonte de vida sólo aparece con el capitalismo.
¿Qué había antes? Otra palabra compleja que pocos usan en la actualidad: "progreso". ¿Por qué se ha dejado de usar? Porque el progreso, como era entendido por los intelectuales latinoamericanos del S.XIX, por poner un ejemplo, implicaba una evolución desde un punto de partida que, alienadamente, tenía como modelo "la civilización occidental". Progresar era, por ejemplo, ser cada vez más afrancesados. Desde Nicolás II, zar de todas las Rusias, hasta Sarmiento, autor de Facundo y presidente de Argentina, cuyo entendimiento de progreso era el exterminio de los indígenas, casi todos los dirigentes mundiales aspiraban a que sus naciones sean Francia. Qué triste. Obviamente aparte de Francia –que ahora también lo aspira– ninguna otra nación puede tener como futuro el presente de otra.
¿Y todo esto a cuenta de qué?
Precisamente porque se está imponiendo una manera única de entender el desarrollo y unas prácticas autoritarias para forzar ese punto de vista, emulando, de cierta manera, a los próceres latinoamericanos que pretendían "un único progreso" de un grupo determinado (los criollos) a costa de todos los otros grupos que no son (¡por favor!) minorías como en el multiculturalismo norteamericano. ¡Aquí fueron las mayorías!
i se sigue considerando a América Latina como un espacio en la periferia de Estados Unidos y Europa, muy al margen de otros espacios diferentes aunque homólogos (el continente subsahariano, África, India y algunos países asiáticos) entonces se sostiene que nuestros procesos de "desarrollo" deben de estar orientados según ciertos planeamientos "científicos" que, no obstante, están organizados desde un "telos occidental-central". No es que se haya reemplazado a las coordenadas civilización-barbarie por las de centro-periferia: el proceso es mucho más complejo, problemático y sutil; además, plantea nuevas formas de asimilación de conceptos y reformulación de posiciones.
Hoy es imprescindible repensar el concepto fetiche de desarrollo que nos está entrampando en una telaraña autoritaria y peligrosa.
La Répública, 24/08/2008
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