Hay dos hechos recientes que me han llamado poderosamente la atención. El primero, conocido por todos, es la derogatoria de los DL 1015 y 1073 por el Congreso, en aparente oposición al Ejecutivo y atendiendo realmente las radicales demandas de algunas poblaciones nativas de la Amazonía. La impresión que ahora todos deben tener es que el gobierno retrocedió, o que puede retroceder en cualquier momento y enmendar sus propuestas políticas liberales. También de que se trata de normas legales, ensayadas en otras regiones, pero que esta vez se aplicaban sin ninguna consulta técnica, ni académica, ni siquiera a los mismos afectados, las poblaciones amazónicas.
El segundo hecho, mucho menos conocido, es que Ciudadanos al día, en su cuarta edición de Buenas Prácticas en Gestión Pública, premió a la Universidad San Cristóbal de Huamanga por su programa Hatun Ñan, Gran Camino, de acción afirmativa para sus estudiantes que provienen de regiones amazónicas y altoandinas. La Fundación Ford financia este proyecto dentro de su Programa Caminos hacia la Educación Superior. Nos llama más la atención que esta misma Fundación haya puesto en marcha –desde el 2003– el mismo programa en la Universidad San Antonio Abad del Cusco, con la finalidad de facilitar el rendimiento académico de alumnos matsiguenga, que en buen número, muy probablemente, provengan del distrito de Echerate, famoso por su riqueza gasífera: Camisea. Ambos programas, en Huamanga y Cusco, funcionan como parte de un solo gran proyecto de inclusión social de poblaciones tradicionalmente excluidas de la educación superior.
Decía al inicio que se trata de dos hechos bastante contradictorios. Por un lado universidades que construyen caminos hacia la Amazonía y por el otro el Estado que incursiona desde fuera para cambiar la tradicional tenencia de la tierra en el bosque amazónico. Esta es una modernización que nos hace recordar al Estado cauchero de inicios del siglo XX, que también pretendió llevar la modernidad a la Amazonía privatizando su explotación, sin mucha consideración a sus pobladores nativos, ni a la sostenibilidad del bosque mismo, experiencia que terminó abruptamente cuando el caucho, la codiciada riqueza, fue furtivamente exportado y sembrado con suerte en islas del sudeste asiático. Algo similar parece ocurrir ahora cuando el Estado lotiza la Amazonía y la entrega a compañías petroleras para su explotación.
Por eso es necesario conocer que desde hace tiempo, quizá mucho tiempo, el Hatun Ñan también lo están construyendo otras universidades peruanas. Bastaría recordar el Instituto de Medicina Social creado por Carlos Enrique Paz Soldán a inicios del siglo XX, los trabajos científicos de Máxime Kuczynski-Godard, como Supervisor Sanitario del Oriente, y su propuesta de "colonizar en higienización" a la Amazonía, para resguardar así a la población nativa del flagelo de las enfermedades traídas por los colonos. Además puedo agregar que el 2002, la misma Fundación Ford consultó a San Marcos sobre la posibilidad de desarrollar este programa de acción afirmativa para estudiantes nativos de la Amazonía que ya habían ingresado a sus aulas desde el año 1999.
Cuando la Ford decidió, con razones estratégicas seguramente, por Cusco y Huamanga, San Marcos no desistió y continuó este proyecto con sus recursos propios. Los resultados no han sido los mejores, nos falta una educación intercultural entre los docentes, pero muchos jóvenes han terminado sus estudios y algunos con sus grados y títulos han regresado a sus regiones. Otros han seguido estudios de maestría y para eso teníamos el Programa de Estudios Amazónicos, financiado por la Fundación Mc Arthur de EEUU. El aporte de la universidad no se agota allí. Podría recordar a los ingenieros forestales Carlos Ponce del Prado y Marc Dourojeanni, de La Molina, tan preocupados en la noción de parques nacionales, reservas naturales y en una aproximación antropológica para entender el manejo del bosque tropical por las poblaciones nativas.
Estos dos hechos contradictorios nos revelan la ausencia de comunicación entre el Estado, la política, la universidad y el conocimiento, lo que convierte a la gestión pública en un conflicto permanente. Mientras el Estado incursiona "desde arriba", la universidad construye caminos, aunque precarios, pero finalmente caminos por donde la gente puede más o menos libremente transitar. Finalmente, hay que decir con un cierto pesar que estos programas de inclusión social a la educación superior los financian fundaciones extranjeras, que probablemente ven con más claridad lo que el país urgentemente necesita. Por eso quería señalar que no nos falta inteligencia en el país, y que debemos agradecer a la universidad pública, no siempre bien asistida, ni comprendida, por su contribución decidida a la construcción de estos caminos imaginarios a la Amazonía, no tan materiales quizá, ni tan visibles, pero sí muy importantes para la construcción de una nación integrada.
El segundo hecho, mucho menos conocido, es que Ciudadanos al día, en su cuarta edición de Buenas Prácticas en Gestión Pública, premió a la Universidad San Cristóbal de Huamanga por su programa Hatun Ñan, Gran Camino, de acción afirmativa para sus estudiantes que provienen de regiones amazónicas y altoandinas. La Fundación Ford financia este proyecto dentro de su Programa Caminos hacia la Educación Superior. Nos llama más la atención que esta misma Fundación haya puesto en marcha –desde el 2003– el mismo programa en la Universidad San Antonio Abad del Cusco, con la finalidad de facilitar el rendimiento académico de alumnos matsiguenga, que en buen número, muy probablemente, provengan del distrito de Echerate, famoso por su riqueza gasífera: Camisea. Ambos programas, en Huamanga y Cusco, funcionan como parte de un solo gran proyecto de inclusión social de poblaciones tradicionalmente excluidas de la educación superior.
Decía al inicio que se trata de dos hechos bastante contradictorios. Por un lado universidades que construyen caminos hacia la Amazonía y por el otro el Estado que incursiona desde fuera para cambiar la tradicional tenencia de la tierra en el bosque amazónico. Esta es una modernización que nos hace recordar al Estado cauchero de inicios del siglo XX, que también pretendió llevar la modernidad a la Amazonía privatizando su explotación, sin mucha consideración a sus pobladores nativos, ni a la sostenibilidad del bosque mismo, experiencia que terminó abruptamente cuando el caucho, la codiciada riqueza, fue furtivamente exportado y sembrado con suerte en islas del sudeste asiático. Algo similar parece ocurrir ahora cuando el Estado lotiza la Amazonía y la entrega a compañías petroleras para su explotación.
Por eso es necesario conocer que desde hace tiempo, quizá mucho tiempo, el Hatun Ñan también lo están construyendo otras universidades peruanas. Bastaría recordar el Instituto de Medicina Social creado por Carlos Enrique Paz Soldán a inicios del siglo XX, los trabajos científicos de Máxime Kuczynski-Godard, como Supervisor Sanitario del Oriente, y su propuesta de "colonizar en higienización" a la Amazonía, para resguardar así a la población nativa del flagelo de las enfermedades traídas por los colonos. Además puedo agregar que el 2002, la misma Fundación Ford consultó a San Marcos sobre la posibilidad de desarrollar este programa de acción afirmativa para estudiantes nativos de la Amazonía que ya habían ingresado a sus aulas desde el año 1999.
Cuando la Ford decidió, con razones estratégicas seguramente, por Cusco y Huamanga, San Marcos no desistió y continuó este proyecto con sus recursos propios. Los resultados no han sido los mejores, nos falta una educación intercultural entre los docentes, pero muchos jóvenes han terminado sus estudios y algunos con sus grados y títulos han regresado a sus regiones. Otros han seguido estudios de maestría y para eso teníamos el Programa de Estudios Amazónicos, financiado por la Fundación Mc Arthur de EEUU. El aporte de la universidad no se agota allí. Podría recordar a los ingenieros forestales Carlos Ponce del Prado y Marc Dourojeanni, de La Molina, tan preocupados en la noción de parques nacionales, reservas naturales y en una aproximación antropológica para entender el manejo del bosque tropical por las poblaciones nativas.
Estos dos hechos contradictorios nos revelan la ausencia de comunicación entre el Estado, la política, la universidad y el conocimiento, lo que convierte a la gestión pública en un conflicto permanente. Mientras el Estado incursiona "desde arriba", la universidad construye caminos, aunque precarios, pero finalmente caminos por donde la gente puede más o menos libremente transitar. Finalmente, hay que decir con un cierto pesar que estos programas de inclusión social a la educación superior los financian fundaciones extranjeras, que probablemente ven con más claridad lo que el país urgentemente necesita. Por eso quería señalar que no nos falta inteligencia en el país, y que debemos agradecer a la universidad pública, no siempre bien asistida, ni comprendida, por su contribución decidida a la construcción de estos caminos imaginarios a la Amazonía, no tan materiales quizá, ni tan visibles, pero sí muy importantes para la construcción de una nación integrada.
La República, 04/09/08
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