Los imaginamos que más de uno se debe estar preguntando qué pretende el gobierno al provocar una serie de conflictos sociales y regionales. Porque en realidad, el panorama social y político en el corto plazo no es el mejor. Lo que se tiene al frente es una suma de conflictos que amenazan con calentar aún más este verano.
Así como hoy día los maestros encienden motores luego del equivocado decreto que privilegia a los egresados del tercio superior; otros, como los agricultores, echarán a andar una huelga nacional indefinida en los próximos días. A ello hay que sumarle la protesta cusqueña que si bien puede ser exagerada y hasta equivocada, muestra el estado de ánimo que existe en algunas provincias. Sin embargo, lo que más destaca no es solo el conflicto abierto con los 17 presidentes regionales luego del decreto supremo sobre las contrataciones magisteriales sino también la línea confrontacional del gobierno que se complementa con un lenguaje provocador que enrarece aún más una atmósfera ya cargada.
El gobierno cree que levantando las banderas de la calidad de la enseñanza y buscando la confrontación con el magisterio siempre gana. Eso pasó cuando los maestros se negaron equivocadamente a dar el famoso examen de conocimientos. Sin embargo, esta vez es otra la situación. Muchos especialistas dicen que en este terreno el gobierno da una pelea equivocada.
A las protestas ya mencionadas se pueden sumar otras: la oposición a la famosa "ley de la selva", el tema del gas que espera quién represente esta demanda. Y si a todo ello se le añade el incremento de precios de algunos alimentos, las amenazas de despidos y un solapado proceso inflacionario, podemos concluir que a diferencia de unos meses atrás la gente no solo tiene ganas de protestar sino también razones para ello. En síntesis: los que protestan no están solos, mucho menos aislados. Por eso las futuras protestas podrían adquirir otro significado.
Las protestas que están en marcha pueden cambiar la situación y definir un nuevo escenario político. La razón es la siguiente: si en la ocasión anterior fue el magisterio quien le dio sentido y organización a esa protesta, hoy podrían ser los gobiernos regionales, más aún luego de las absurdas y equivocadas amenazas del gobierno de abrir juicio a sus presidentes.
Sin embargo, para que ello suceda los gobiernos regionales, lejos de todo radicalismo estéril, no solo tendrán que establecer relaciones con los que protestan sino sobre todo representar políticamente esa protesta. Es decir, darle un sentido pero además crear los canales para negociar esas demandas.
Y es que en realidad, lo que define un nuevo escenario no es tanto el número de protestas ni su intensidad sino más bien la posibilidad de que sean representadas políticamente para construir una nueva institucionalidad que los incluya. Es decir, la aparición de un interlocutor, además de válido, con fuerza suficiente para negociar con el Ejecutivo, por ejemplo, un cambio de rumbo en áreas tan sensibles e importantes como son educación, economía y medio ambiente y recursos naturales.
Hasta el momento ello no ha sido posible. Lo que ha existido más bien han sido protestas sectoriales, en algunos casos con poca legitimidad y focalizadas en espacios determinados que le permiten al gobierno manejarse sin grandes preocupaciones. La protesta en estos años ha sido sobre todo sectorial, territorial y temporal, carente de una representación política que la unifique y la homogenice.
El vacío, por lo tanto, no está en la sociedad sino más bien en el mundo de la política, que hasta el momento no logra construir una nueva representación que exprese el actual descontento social.
Que hoy día la protesta social pueda adquirir un color y un tono regional no nos debe extrañar. Más aún cuando se tiene una representación nacional bicéfala: una es la representación instalada en el Congreso que se presume nacional (incluimos a los líderes nacionales) y otra es la que existe realmente en las regiones y en la base de la sociedad. Es tan débil nuestra representación política nacional que una protesta social importante, aparece, por lo general, como una sorpresa y como una amenaza a la estabilidad política. Por eso la represión de la protesta social antes que un signo de fortaleza es más bien un signo de debilidad del poder. Y eso es lo que hoy está sucediendo.
Así como hoy día los maestros encienden motores luego del equivocado decreto que privilegia a los egresados del tercio superior; otros, como los agricultores, echarán a andar una huelga nacional indefinida en los próximos días. A ello hay que sumarle la protesta cusqueña que si bien puede ser exagerada y hasta equivocada, muestra el estado de ánimo que existe en algunas provincias. Sin embargo, lo que más destaca no es solo el conflicto abierto con los 17 presidentes regionales luego del decreto supremo sobre las contrataciones magisteriales sino también la línea confrontacional del gobierno que se complementa con un lenguaje provocador que enrarece aún más una atmósfera ya cargada.
El gobierno cree que levantando las banderas de la calidad de la enseñanza y buscando la confrontación con el magisterio siempre gana. Eso pasó cuando los maestros se negaron equivocadamente a dar el famoso examen de conocimientos. Sin embargo, esta vez es otra la situación. Muchos especialistas dicen que en este terreno el gobierno da una pelea equivocada.
A las protestas ya mencionadas se pueden sumar otras: la oposición a la famosa "ley de la selva", el tema del gas que espera quién represente esta demanda. Y si a todo ello se le añade el incremento de precios de algunos alimentos, las amenazas de despidos y un solapado proceso inflacionario, podemos concluir que a diferencia de unos meses atrás la gente no solo tiene ganas de protestar sino también razones para ello. En síntesis: los que protestan no están solos, mucho menos aislados. Por eso las futuras protestas podrían adquirir otro significado.
Las protestas que están en marcha pueden cambiar la situación y definir un nuevo escenario político. La razón es la siguiente: si en la ocasión anterior fue el magisterio quien le dio sentido y organización a esa protesta, hoy podrían ser los gobiernos regionales, más aún luego de las absurdas y equivocadas amenazas del gobierno de abrir juicio a sus presidentes.
Sin embargo, para que ello suceda los gobiernos regionales, lejos de todo radicalismo estéril, no solo tendrán que establecer relaciones con los que protestan sino sobre todo representar políticamente esa protesta. Es decir, darle un sentido pero además crear los canales para negociar esas demandas.
Y es que en realidad, lo que define un nuevo escenario no es tanto el número de protestas ni su intensidad sino más bien la posibilidad de que sean representadas políticamente para construir una nueva institucionalidad que los incluya. Es decir, la aparición de un interlocutor, además de válido, con fuerza suficiente para negociar con el Ejecutivo, por ejemplo, un cambio de rumbo en áreas tan sensibles e importantes como son educación, economía y medio ambiente y recursos naturales.
Hasta el momento ello no ha sido posible. Lo que ha existido más bien han sido protestas sectoriales, en algunos casos con poca legitimidad y focalizadas en espacios determinados que le permiten al gobierno manejarse sin grandes preocupaciones. La protesta en estos años ha sido sobre todo sectorial, territorial y temporal, carente de una representación política que la unifique y la homogenice.
El vacío, por lo tanto, no está en la sociedad sino más bien en el mundo de la política, que hasta el momento no logra construir una nueva representación que exprese el actual descontento social.
Que hoy día la protesta social pueda adquirir un color y un tono regional no nos debe extrañar. Más aún cuando se tiene una representación nacional bicéfala: una es la representación instalada en el Congreso que se presume nacional (incluimos a los líderes nacionales) y otra es la que existe realmente en las regiones y en la base de la sociedad. Es tan débil nuestra representación política nacional que una protesta social importante, aparece, por lo general, como una sorpresa y como una amenaza a la estabilidad política. Por eso la represión de la protesta social antes que un signo de fortaleza es más bien un signo de debilidad del poder. Y eso es lo que hoy está sucediendo.
La República, 16/02/2008
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