Cruzó el Atlántico para pedirles al rey de España y a su Primer Ministro emprendan una "reconquista" del Tawantinsuyo. Como lo ha recordado hace poco Alberto Adrianzén, clamó por el retorno "de las carabelas y el Colón empresarial". ¿Qué ofrece? Pues lo que quieran: concesiones mineras, entregar el manejo de puertos, carreteras, emprendimientos ferrocarrileros. Hasta el manejo de restos arqueológicos que constituyen parte del patrimonio y la identidad nacional, motivando la masiva y unitaria protesta del pueblo del Cusco y de diversos puntos del país ante las leyes recientemente emitidas en esta materia. Y claro, la misma Amazonía puede ser parte del paquete pues viene siendo ofertada con la famosa "ley de la Selva" que pretende subastar en propiedad cientos de miles de hectáreas.
En términos vergonzosos, humillantes y penosos, Alan García Pérez buscó ganarse la confianza de los inversionistas españoles denostando a los pueblos andinos originarios que se abren paso en sociedades racistas y excluyentes. Se presentó como garante de la estabilidad y del control frente a "grandes muchedumbres étnicas" movilizadas, garante de la segunda oleada de inversiones españolas por las que clamaba. García apunta a consolidar el peso del capital español en el Perú, ya el más importante en inversión extranjera (11,000 millones de dólares a fines del 2004, representando casi el 26% de la inversión extranjera), y dominante en telefonía (Telefónica) y telecable, energía eléctrica (Etevensa, Endesa), refinación petrolera (Repsol) y combustibles, banca (Bancos Santander y BBVA) y servicios conexos, hotelería, etc. Algo parecido al juego que desarrolló desde el inicio de su gestión en la relación con Chile y su increíble teoría de que las relaciones económicas y de negocios corren por cuerdas separadas de las relaciones que hacen a nuestros problemas de frontera marítima y soberanía. Todo sea por el capital.
En realidad, aunque esto parezca una novedad en el Perú, no lo era en España. Ya Bernardo Hernández, consejero del Primer Ministro, lo anunciaba –hace año y medio– ante el triunfo electoral de Alan García: su política será "una gran oportunidad de negocio para las compañías españolas". Quiere –decía como ejemplo– construir 28 carreteras entre la sierra y la costa, lo que abre oportunidades para constructoras ibéricas (EFE, 26/6/06).
García es un converso, por interés, a las teorías y políticas neoliberales y, como tal, un fundamentalista. Pretende hacer lo que no se atrevieron ni Fujimori ni Toledo: lanzarse a la conquista, para el capital transnacional, de las tierras de las comunidades campesinas y nativas, de las aguas, de la Amazonía y hasta de nuestro patrimonio cultural e histórico para convertirlo en instrumento al servicio de la acumulación y ganancia de las transnacionales.
Estamos ante un Felipillo voluntario, ante una Malinche por vocación. No se trata de un jovencito indígena secuestrado por los conquistadores, alfabetizado y convertido en intérprete de los conquistadores, ni de una jovencita azteca de 15 años, entregada a Cortez que terminó como su amante, consejera y traductora, en contra de su propio pueblo de origen y al servicio de los conquistadores. Estamos ante un traductor voluntario. Y en las épocas de conquista, de sometimiento de unas civilizaciones por otras, traductor tuvo ocasiones en las que fue sinónimo de traidor.
Quien remata nuestros recursos y entrega las riendas del país a las transnacionales; quien se niega a trasladar parte importante de la renta que generan nuestros agotables recursos mineros y energéticos para atender educación salud, ciencia y tecnología, agro y pequeña empresa; quien socava lo poco que queda de Estado y de capacidad soberana para orientar el manejo económico y político no al servicio de los peruanos y de su bienestar sino para servir a los extranjeros; quien se pone de espaldas a la unidad de los pueblos latinoamericanos y las comunidades originarias, quien estrecha lazos con el gobierno de Bush, cabeza del imperio más letal y opresivo de la historia… no es un simple traductor de sus intereses: es un traidor a su pueblo y a sus oportunidades.
Aunque el diminutivo no armonice con su tremenda e hinchada humanidad ni con su dilatado ego, pocas dudas caben de que Alan García se evidencia, cada vez más, como un Felipillo voluntario o una Malinche por vocación, en este mundo globalizado en el que siempre se renuevan viejas profesiones.
En términos vergonzosos, humillantes y penosos, Alan García Pérez buscó ganarse la confianza de los inversionistas españoles denostando a los pueblos andinos originarios que se abren paso en sociedades racistas y excluyentes. Se presentó como garante de la estabilidad y del control frente a "grandes muchedumbres étnicas" movilizadas, garante de la segunda oleada de inversiones españolas por las que clamaba. García apunta a consolidar el peso del capital español en el Perú, ya el más importante en inversión extranjera (11,000 millones de dólares a fines del 2004, representando casi el 26% de la inversión extranjera), y dominante en telefonía (Telefónica) y telecable, energía eléctrica (Etevensa, Endesa), refinación petrolera (Repsol) y combustibles, banca (Bancos Santander y BBVA) y servicios conexos, hotelería, etc. Algo parecido al juego que desarrolló desde el inicio de su gestión en la relación con Chile y su increíble teoría de que las relaciones económicas y de negocios corren por cuerdas separadas de las relaciones que hacen a nuestros problemas de frontera marítima y soberanía. Todo sea por el capital.
En realidad, aunque esto parezca una novedad en el Perú, no lo era en España. Ya Bernardo Hernández, consejero del Primer Ministro, lo anunciaba –hace año y medio– ante el triunfo electoral de Alan García: su política será "una gran oportunidad de negocio para las compañías españolas". Quiere –decía como ejemplo– construir 28 carreteras entre la sierra y la costa, lo que abre oportunidades para constructoras ibéricas (EFE, 26/6/06).
García es un converso, por interés, a las teorías y políticas neoliberales y, como tal, un fundamentalista. Pretende hacer lo que no se atrevieron ni Fujimori ni Toledo: lanzarse a la conquista, para el capital transnacional, de las tierras de las comunidades campesinas y nativas, de las aguas, de la Amazonía y hasta de nuestro patrimonio cultural e histórico para convertirlo en instrumento al servicio de la acumulación y ganancia de las transnacionales.
Estamos ante un Felipillo voluntario, ante una Malinche por vocación. No se trata de un jovencito indígena secuestrado por los conquistadores, alfabetizado y convertido en intérprete de los conquistadores, ni de una jovencita azteca de 15 años, entregada a Cortez que terminó como su amante, consejera y traductora, en contra de su propio pueblo de origen y al servicio de los conquistadores. Estamos ante un traductor voluntario. Y en las épocas de conquista, de sometimiento de unas civilizaciones por otras, traductor tuvo ocasiones en las que fue sinónimo de traidor.
Quien remata nuestros recursos y entrega las riendas del país a las transnacionales; quien se niega a trasladar parte importante de la renta que generan nuestros agotables recursos mineros y energéticos para atender educación salud, ciencia y tecnología, agro y pequeña empresa; quien socava lo poco que queda de Estado y de capacidad soberana para orientar el manejo económico y político no al servicio de los peruanos y de su bienestar sino para servir a los extranjeros; quien se pone de espaldas a la unidad de los pueblos latinoamericanos y las comunidades originarias, quien estrecha lazos con el gobierno de Bush, cabeza del imperio más letal y opresivo de la historia… no es un simple traductor de sus intereses: es un traidor a su pueblo y a sus oportunidades.
Aunque el diminutivo no armonice con su tremenda e hinchada humanidad ni con su dilatado ego, pocas dudas caben de que Alan García se evidencia, cada vez más, como un Felipillo voluntario o una Malinche por vocación, en este mundo globalizado en el que siempre se renuevan viejas profesiones.
La República, 28/01/2008
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